jueves, 13 de enero de 2022

¿Le digo o no le digo?

 El temor a la muerte es universal. Queremos mantener a la muerte lejos; no pensar en ella; elegimos creer que la vida es infinita y que morir es algo que le sucede a otros, en otras familias, no a nosotros; no a nuestros seres queridos.

Si alguien cercano o significativo está enfermo, ese temor a la muerte nos vuelve paternalistas y elegimos ocultarle la situación, pensando que eso es lo mejor para protegerlo, pero nada hay más lejos de la verdad.

Un enfermo tiene derecho a saber cuál es su diagnóstico; sin embargo, es común que los familiares prefieran creer que el enfermo ignora que padece una enfermedad incurable y que hay que evitar que se entere de ello de cualquier manera. Realmente, a la larga, es mucho más difícil mantener el engaño.

Además, al negarle al enfermo el acceso a la realidad, se le niega la posibilidad de hablar de sus temores, de sus emociones y de sus dificultades para enfrentarse a la muerte. Es irónico, porque una persona que está cercana a morir, sabe que está cerca el final de su vida y no es buena idea pretender mentir al enfermo.

Si en familia hablan honestamente, se reduce el nivel de tensión de manera importante y es posible, entonces, entregarla única certeza que podemos entregarle en ese momento: la certeza de que no va a morir solo, de que vamos a a estar allí, de que vamos a acompañarlo espiritualmente, de que vamos a estar allí para escucharle. Y esa promesa puede ser lo que marque la diferencia en ese paso trascendental; no le niegues la posibilidad de decidir.



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